La evolución climatológica, unido a las nuevas formas de cultivo, y a la existencia de variedades más resistentes a climas adversos, están ocasionando cambios en la olivicultura internacional.
En la actualidad los cambios mencionados, unidos a la disponibilidad de agua en ciertas zonas, y de grandes explotaciones donde antes se cultivaban productos de temporada, han hecho que, por menor consumo de agua y mayor rentabilidad de la explotación se está plantando olivar en lugares donde era, no solo impensable, también resultaba ser materialmente imposible.
Esto ha hecho que tengamos olivares en La Patagonia (Argentina) a -46º en el hemisferio sur. O, por ejemplo, en Canadá a 47º en el hemisferio norte, fuera de la zona de influencia habitual de este cultivo.
El modelo de explotación es el siguiente: siempre hay disponibilidad de agua, extensiones que de forma general superan las 1.000 hectáreas en una sola linde, llegando incluso en ocasiones hasta las 60.000, lejanía de las zonas de olivicultura habitual, y dotación de almazaras de ultima generación con capacidad de molturación por campaña que en ocasiones superan con creces los 100 millones de kilogramos de fruta, el modo el cultivo es en seto. Este modelo ha prosperado en Estados Unidos, Chile, Argentina, Arabia Saudí o Australia, entre otros países.
El efecto general que dichas explotaciones generan en el mercado, es un inmediato incremento del consumo de aceites de oliva interno, que hacen, de forma necesaria, la importación de aceites de oliva de otros países para garantizar la creciente demanda interna desabastecida.